Florentino González

Artículo de opinión: Florentino González y Las vacas de Dios

Uno de los rasgos interiores que pudiera sacarse a flote ahora de Florentino González, sería la humildad. Otro más, y que lo cargó con sobrada dignidad hasta sus últimos días, fue su mote: La Lulú, quien nació en el expueblo blanco de América, Comala, en 1936. Cocinero, gourmet y, siendo sexagenario, escritor… no de esos de oficio, pero sí aficionado con la necesidad de expresión para contarnos parciales acontecimientos de su vida, escabrosa para algunos, enternecedora para otros.
    La Lulú nunca aspiró a ganar ningún premio de literatura. El máximo sueño era ver publicado su primer —que fue su único— libro. Finalmente, en diciembre de 1996, en la desaparecida librería Hermes, se presentó su aspiración más importante como escritor que le daba cabida en el gremio de los literatos colimenses con obra publicada. El libro en cuestión, una serie de cuentos impreso en la ciudad de México por la Editorial Praxis: Las vacas de Dios. Tres meses después de la presentación, Florentino González fue enterrado en el viejo panteón de Villa de Álvarez.

Sólo él para saber desde cuándo se convierte en escritor. Al fin de cuentas, terminó siéndolo. Calladamente, sin muchas lecturas y por supuesto sin la ayuda de ningún taller literario, se va forjando un narrador nato, un creador humilde —en el estricto sentido de la palabra, quiero decir escasos recursos económicos—, pero con una riqueza notable de cuentista. Su literatura (Las vacas de Dios) es el equivalente a un fresco de la pintura realista. La memoria de niño se le quedó anclada para siempre. De ahí la recurrencia infantil y del adolescente Florentino que penetra en la claridad provinciana de sus recuerdos. Visión de su nostalgia rural. Sus historias, que en gran parte son fracciones autobiográficas, cargan una sensitiva añoranza, sus figuraciones, el juego del caimán o su propio Unicornio —el fantástico deseo y tentación de La Lulú— y aquel hermoso «Esplendor de los naranjos».
    Florentino era un hombre de presencia frágil; bajito, similar a si fuera un equilibrista chino. Y su calidad humana aparecía segundos después de haberlo conocido, acompañado de una modestia que semejaba ser la prueba de dignificar a una persona que nunca buscara el daño ajeno.
    En reuniones con amigos poetas y gente letrada de Colima, La Lulú jamás hablaba de su literatura. Él sabía que ésta no ameritaba discusión. Al mismo tiempo, siempre intuyó que la literatura se hace escribiéndola, no mediante la enrolladora disquisición de una polémica. Tal vez la ausencia de un sustento teórico le hacía guardar el prudente silencio del que aprende escuchando. Y entonces él prefería hablar de la vida, el amor y la muerta, o sea, de lo que está hecha la literatura. Como Las vacas de Dios, su gran herencia. Su testamento de la vida bajo el itinerario afortunado de su particular biografía, impuesta por la condición humana de un distinguido comalteco.

Texto extraído del sitio Editorial Praxis, a cargo de Alberto Barreto Villalobos. Sitio web: https://www.editorialpraxis.com/index.php/cuento/las-vacas-de-dios-detail

Florentino González

Un gallo canta a la lluvia

El tiempo se aferra en conservar siempre hermoso el viejo camino de barro en el que ayer se escribiera mi historia.

La peonada canta acuclillada a lo largo del corredor atestado por el estiércol del ganado mientras chapotean las goteras en la hacienda. -Como bendición del cielo fue la lluvia- repite emocionado el hijo del patrón a la vez que acomoda en la chitera el almuerzo de tortillas calientitas, frijol y chiles verdes que por el frío temporal «saben a gloria» dice Aureliano. En el otro extremo, con melancolía, canta un gallo que me invita a sentarme, solo, bajo la china, impermeable de palmas.

-Es el hijo del patrón- me notifica Venancio y no hago caso porque, al fin y al cabo, yo sé mi cuento.

La lluvia se eterniza, no tarda en acercarse Luis Alfonso. A nuestro alrededor los peones hablan con entusiasmo de las siembras, la cosecha…, y Dimas y Silvestre, de sexo. Al principio no me muestro interesado pero, poco a poco, logran introducirme en su diálogo. Dimas, con pícara sonrisa, cuenta a Silvestre: «Todo empezó el día de la procesión del Santo Entierro. Mariana repartía el agua entre la gente y yo la traía en los ojos desde que salimos del pueblo. Descansamos en el arroyo de Las Ánimas y allí se dió nuestro primer encuentro, con maña rocé sus manos y se sonrojó con una risita tímida que decía ‘quiero’. El sol quemaba con inclemencia la tierra que ardía bajo nuestros pies y, entre la multitud, se buscaron nuestras miradas. Habíamos caminado la mitad del ejido cuando cayó la primer agua. El rancho el Centenario nos brindó protección y los patrones nos convidaron arroz con pollo. Mientras unos comían, el resto cantaba y rezaba con devoción. Mariana y yo nos apartamos para salir al patio por donde caen las enredaderas; entonces arreció la tormenta y buscamos refugio en el sitio del maíz, junto a la noria. Mariana tembló entre mis brazos. Luego de besarnos se desató dentro de nuestros cuerpos una tormenta mayor. El maíz estaba frío pero, a medida que nuestros cuerpos desesperados se escondían, sentimos tibio abrigo. Afuera la veleta giraba enloquecida. Besé sus senos, su vientre, su ardiente sexo tantas veces…

El agua corría buscando cauces. Vimos pasar las burbujas. Luego regresamos con el resto de los peregrinos que se disponían a continuar la procesión. El tiempo había caído como el agua y, entre cánticos, abandonamos El Centenario».

Los peones escucharon excitados el jocoso relato. Entre la calma que ha seguido la lluvia revolotean las palomillas de la humedad. -¡Mejor nos vamos a la chingada pos va a seguir lloviendo!- ordena Don Febronio.

Semidesnudos los cuerpos, aún jóvenes, se cubren con las palmas tejidas para volver al pueblo. Luis Alfonso y yo nos disponemos a soltar las yuntas del agostadero. A fuertes gritos arreamos los bueyes mientras la lluvia arrecia. Cerramos el último falsete cuando cae el rayo que asusta a la bestia que montamos y vamos a dar al lodo. Empapados corremos a refugiarnos bajo una parota. Nos desnudamos. A duras penas Luis Alfonso logra hacer fuego.

La noche ha caído, la lluvia cesa y entre el murmullo del viento y los insectos, la creciente de los arroyos rompe el silencio. Cuando el fuego se extingue todo se vuelve negro y, para darnos calor, unimos nuestros cuerpos con la sed pasional que rinde a las montañas, hasta que nos vence el sueño y el hastío.

Al alba nos cubrimos con la ropa húmeda y emprendemos el retorno al pueblo; cabizbajos, taciturnos, avanzamos en la penumbra escuchando rechinar el baro a nuestro paso. De pronto, Luis Alfonso tiende la mano y me dice con voz dulce: «Nadie es culpable». El canto del gallo marca la melancolía que no han podido arrancar los años. Llegamos a Rancho Blanco y montamos la bestia para reanudar el retorno.

¡Llegó la feria! Todavía habita en mi alma algo infantil; mientras Luis Alfonso se embriagaba en la terraza yo paseo en los caballitos. La noche es un soplo que se fuga en las empedradas y oscuras callejuelas por las que regresamos, cantando, a la Villa. Las casas cierran sus zaguanes alcahuetes en los que se arrincona nuestro deseo, y en la cama surge el mismo fuego de aquella noche de lluvia bajo la parota que me obliga a repetir una y otra vez: «Nadie es culpable, nadie es culpable…».

Imagen tomada de internet

Texto extraído del libro Las vacas de Dios (1996), del escritor Florentino González.

González, F. (1996). Las vacas de Dios. Colima: Editorial Praxis.

Florentino González

Las vacas de Dios

Escrito con gran calidad narrativa, este libro revela a un gran escritor. Las tramas donde involucra al lector, los escenarios que describe, las imágenes que crea, el humor que mete en sus diálogos, los olores que uno respira del edén subvertido, la sabrosura del lenguaje de sus personajes, el alejamiento de la construcción de los seres que pueblan su campo narrativo, son algunas de las razones para sustentar tal juicio.

Sin embargo, la más contundente es la del manejo de la realidad. Donde casi todos fallan, González acierta. Sólo la capacidad de abstracción de una mente lúcida y una sensibilidad muy desarrollada pueden obtener tal logro.

Carlos López

Presentación o resumen por Carlos López.

González, F. (1996). Las vacas de Dios. Colima: Editorial Praxis.

Florentino González

Florentino González

Nacimiento16 de octubre de 1936
Colima, Colima
OcupaciónNarrador y Escritor
Años activoSiglo XIX y primera mitad del siglo XX

A continuación se presenta una brevísima biografía del autor Florentino González.

Nacido en Comala, Colima, el 16 de octubre de 1936. Florentino González es un narrador que ha colaborado en el suplemento cultural Ágora del Diario de Colima y en el periódico El Comentario.

González, F. (1996). Las vacas de Dios. Colima: Editorial Praxis.